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El ejemplar emigró adentro de una maleta desde una librería en México hasta nuestro departamento en Hong Kong. Al inicio de la primavera mi esposo me lo acercó diciendo:

Es el de la escritora que te conté. Tenía diecinueve años cuando ganó el premio». Tomé el libro, en la portada leí en letras grises: «Premio Mauricio Achar, Literatura Random House 2015». Abajo, en mayúsculas color verde y en formato más grande: «Aura Xilonen».

–¿Campeón gabacho?”, dije en voz alta leyendo el título.

–Creo que está basada en historias de su abuelo, que se pasa sin documentos a Estados Unidos”, respondió mi marido.

Miré la sombra de un hombre boxeando, o quizás entrenando box, sobre una pintura que me recordó a Jackson Pollock. Los shorts del boxeador estaban divididos por las banderas de México y Estados Unidos, mitad y mitad, una junta a la otra. Abrí el libro, olía a nuevo: «A todos los migrantes del mundo, que si lo pensamos bien desde el origen, somos todos», decía la dedicatoria. Pasé la página: «Y entonces se me ocurre, mientras los camejanes persiguen a la chivata hermosa para bulearla y chiflarle cosas sucias…» Con esas diecinueve palabras entré al mundo de Liborio y por los siguientes días lo fui engendrando a él junto con la chivata en mi imaginación. Sentí los bazucazos con los pies, las cicatrices del desierto y los ungüentos de humor mientras leía en mi sala, dentro de una café con música de Alt-J en Sheung Wan, atravesando los edificios de Wan Chai trepada en el tranvía, a la puerta de nuestro edificio esperando a que llegara mi hijo en el camión de la escuela. La lectura era adictiva e intensa. Al terminarlo, por algún motivo me recordó a Pithecanthropus Erectus de Charles Mingus, quizás por el desorden rítmico del lenguaje, o la montaña rusa emocional en la que me mantuvo, o el hecho de comprender cada línea aún sin entender todas las palabras. No lo sé, pero cuando me quedé con el separador de libros huérfano en la mano, me entró una enorme curiosidad sobre la vida de la autora. Volví a leer su semblanza en la solapa, no había demasiada información. Me acerqué a la computadora y tecle su nombre.

Aura Xilonen nació en la Ciudad de México en 1995, pero se crio en el estado de Puebla con su familia materna. Cuando iba en primaria hizo un viaje a Alemania, en donde se tuvo que quedar mucho más de lo planeado porque su hermano perdió los boletos para el vuelo de regreso. Su tía los acogió y les dio la encomienda diaria de escribir mil palabras para enviarlas por correo a sus familiares en México. En esos años empezó a desarrollar la disciplina de escribir y, quizás, a esbozar el sentimiento de vivir sin papeles. El nombre del personaje principal de su novela proviene de su abuelo, pero las historias no. Muchas son prestadas de personas que conoció en el negocio familiar, trabajadores que en algún momento habían migrado a Estados Unidos pero al final habían vuelto a México. El vocabulario, en cambio, fue inspirado en las palabras que escuchaba decir a su abuela, era común que al buscarlas no las encontraba en el diccionario, pero entendía lo que querían decir.

Una vez dado el premio y publicado el libro, ha sido el uso del lenguaje lo que más revuelo ha causado. No es de sorprender, el ingleñol que utiliza Liborio algunas veces golpea tan fuerte como sus puños; otras, es tan hermoso como los ojos de la chivata de la que está enamorado. «No se necesitan entender las palabras exactas», dice ella en una entrevista, «sino el contexto». Como lector debes acostumbrarte a esto, pero su personaje de Liborio, como cualquier migrante, es preciso que lo haga cuando se encuentra en un lugar que no es el suyo.

Migración viene del latín migratio, que significa trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Me detengo un segundo y me pregunto: «¿Acaso no es lo que llevo haciendo la mitad de mi vida?» Si me preguntan me defino como nómada, pero habiéndome trasladado a siete ciudades distintas en cinco países diferentes en mis últimos veinte años, debería reconocer que tengo más en común con las aves migratorias que con un sedentario lirón. A cada lugar he arribado sin entender el lenguaje en su totalidad o sin hablarlo en absoluto. Para poder adaptarme no podía esperar hasta conocer el significado de cada palabra que escuchaba, me contentaba con entender el contexto. En el caso de la novela, ¿no será que el lenguaje simplemente refleja lo que un migrante necesita para sobrevivir?

Por días pasee por las calles de Hong Kong cargando a Campeón Gabacho en la cabeza. Liborio y la chivata me acompañaban en mi trabajo y mis quehaceres. A la dedicatoria de Aura le daba vueltas como si fuera una música en estado de loop: «Todos somos migrantes», repetía. Una mañana caminando por Tsim Sha Tsui me topé con un árabe ofreciéndome relojes para comprar y pensé: «Hay un libro dedicado a ti». Lo mismo sucedió cuando conversaba con diplomáticos de temas internacionales; cuando miraba a las niñas de cabellos rubios en la clase de gimnasia de mi hija; cuando me reuní a tomar café hablando en español; cuando le compré un suvenir al señor cantonés proveniente de alguna provincia china; cuando miré a las filipinas descansando un domingo sobre cartones en Chater Garden.

La primavera terminó, descansamos durante el verano y para el otoño ya había leído varios libros más. Terminando las vacaciones por el Día Nacional de China me senté a revisar mi agenda. Pasé octubre y al llegar a noviembre vi que era la celebración de los cuarenta años de la Asociación de Mujeres de Habla Hispana en Hong Kong. En ese momento recordé que me habían pedido escribir al respecto para la revista. Unas semanas más tarde sería el Festival Literario Internacional de Hong Kong, en que Aura Xilonen era una de las invitadas para presentar su libro. «Qué coincidencia», pensé, «durante el mismo mes, una mujer que escribe sobre migración estará de visita en Hong Kong, mientras otras mujeres celebran haberse conocido gracias a que emigraron aquí de manera temporal o permanente».

De pronto vi al libro desde una nueva perspectiva: El personaje de Liborio retrata la historia de un migrante indocumentado que cruza hacia Estados Unidos, con los riesgos y la vulnerabilidad que se esperan al no tener papeles, pero muchas emociones descritas son atribuibles a cualquier persona que se traslada a un país que no es el suyo. Nosotras, las mujeres hispanoamericanas, hemos experimentado, al igual que el personaje del libro, momentos de tristeza, nostalgia, incomprensión y desasosiego al estar lejos de México. Quizá haya muchas que en uno u otro momento nos hayamos preguntado: «¿Qué hago aquí?» Pero, al igual que Liborio, es el amor lo que nos mantiene luchando por encontrar un camino o nos empuja a quedarnos. En el caso de Liborio es por la chivata, en nuestro caso es a un trabajo, a unos estudios, a un marido, a unos hijos, al clima, o a la seguridad. No solo eso, Liborio comienza a encontrar personas que le dan la mano, lo acogen o lo guían hasta hacerlo sentir en casa. Nosotras hemos encontrado ese cariño acolchonado en las amigas. Y, ¿qué es la asociación sino una comunidad de mujeres que le ayudan a otras a sentirse en casa?

Hace cuarenta años este grupo se creó, en principio unidas por el lenguaje, pero más tarde por la amistad. En un Hong Kong sin Google Maps, con las islas conectadas únicamente por ferry, sin poder comunicarse fácilmente con familiares, la asociación se convirtió en una red de salvación para las recién llegadas. La revista surgió como una forma de comunicar las noticias de otros continentes, de otorgar quizá la única lectura al mes en español. Con recortes de periódicos, decoraciones hechas a mano e impreso por una fotocopiadora, surgieron los primeros ejemplares. Pronto se empezó a pasar la voz y las hispano-parlantes que arribaban eran bienvenidas en su idioma para sentir menos ajeno el territorio de rickshaws y pollos cortados en pedazos incomprensibles.

Hong Kong es muy distinto ahora, pero el objetivo de la asociación es el mismo: extender una mano para ayudar o guiar a las mujeres que arriban, unas más desconcertadas que otras, a un lugar que no conocen. Ese tipo de red no es en lo mas mínimo excepcional, lo mismo encuentran otros migrantes, como Liborio, en los Estados Unidos, o en otros países. Es la bondad, cordialidad y sentido de fraternidad de la gente lo que ayuda a los nómadas a sobrevivir.

No sé cuántos traslados me falten, ni a dónde me toque volar, pero cuando me vaya empacaré a Liborio en la maleta de recuerdos de Hong Kong, al igual que la amistad y el cariño de las mujeres que he conocido a través de la asociación. «Lo que más te llena son las experiencias», dijo Aura en alguna de las muchas entrevistas que le han hecho. Estoy de acuerdo con ella. En cada traslado acumulo varias. Me pregunto si no será por eso que migré para empezar. Ø

Hong Kong, noviembre de 2017.

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