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Septiembre es, para los mexicanos, el «mes de México». Sin importar en dónde nos encontremos, el día quince no pasa desapercibido. Así sea sin bandera, sin tequila o sin balcón, un mexicano en el extranjero dirá en algún momento de esa noche, en voz alta o en su pensamiento: «¡Viva México!» El tono probablemente varíe, dependiendo de si está en una fiesta, de si dejó a un novio o una novia en otra ciudad, o de los últimos resultados del equipo favorito de algún deporte; puede ser alegre, melancólico o enojado, pero lo inalterable es el vitoreo y el nombre del país, siempre uno junto al otro.

Recuerdo la primera vez que mis hijos celebraron este día en el extranjero. Estábamos en Austria, con menos de dos meses de habernos mudado a Viena, mi hija de casi siete años y mi hijo de menos de tres. Era un lunes y, aunque ese mes ya habíamos necesitado sacar los suéteres con los primeros aires otoñales, esa noche parecía que el trópico había sido invitado a la fiesta. Aquel oasis climático nos permitió salir de vestido ligero a mi hija y a mí, de shorts y playera de la selección mexicana de fútbol –con todo y calcetas largas– a mi hijo. Éramos una entretenida visión para los locales que nos fuimos topando, primero en el camión 59A, después en el tranvía 1 rodeando el Ring, y más tarde caminando por la explanada de Heldenplatz. Los niños de verde, blanco y rojo, yo de negro, con el cabello trenzado en chongo y rebozo de seda rojo. La celebración sería en el Weltmuseum –aunque lo traducen como Museo Etnográfico, significa museo del mundo– donde se encuentra el maravilloso Penacho del México Antiguo, comúnmente llamado de Moctezuma, y que acababa de ser restaurado. Semanas antes lo habíamos ido a ver, confirmando que, en efecto, había quedado imponente, impecable, maravilloso: el resplandor traslúcido de las plumas de quetzal era alucinante. Esa tarde, mientras lo admirábamos, le conté a mi hija la historia de Moctezuma, Cuauhtémoc y Hernán Cortés en versión infantil, mientras cargaba a mi hijo porque quería ponerse a correr por los pasillos, ignorante del protocolo del lugar.

Aquella noche del Día Nacional, de camino a la celebración les conté a los niños la razón de la fiesta. Mi hijo le agradó el concepto de «cumpleaños de México»,por lo que me preguntaba cuántos años cumplía y qué quería de regalo. Mi hija tenía una concepción más compleja, había aprendido algo de nuestra historia un año antes en la escuela antes de mudarnos fuera de México, sabía en dónde quedaba España, entendía lo que significaba la palabra independencia, y con una metáfora de vivienda y colores le intenté volver a explicar la colonización.

–Entonces los españoles un día llegaron a casa de los indígenas –recapitulaba la niña mirando por la ventana del tranvía–. Y el color favorito de los españoles era el azul y el de los indígenas el morado.

–Sí, por ejemplo.

–Pero a los españoles les gustó la casa de los indígenas y les dijeron que como ellos la habían encontrado ahora era de ellos.

–Sí.

–Y dijeron que como ahora era su casa prohibían el color morado y el azul tenía que ser el color favorito de todos los que vivieran ahí.

–Así es.

–Eso está muy raro, mami –concluyó.

Cuando llegamos al Museo Etnográfico la colección ya estaba cerrada, dejando el patio principal abierto para la celebración. Había puestos de comida, estilo kermés, en donde compramos unos tacos, un agua de jamaica y otra de horchata. En ese entonces mis hijos no hablaban inglés, ella acababa de empezar a asistir a la escuela internacional y él a un kínder local en alemán. Se notaban contentos de estar en un ambiente donde la mayoría de la gente hablaba su idioma y de jugar con otros niños comunicándose en español. En algún momento de la noche llegó la hora del grito. En el podio pusieron la bandera de México, el micrófono y el embajador subió sonriente a representar la imagen de Miguel Hidalgo y Costilla, cuando llamó a la gente a levantarse en armas, tocando la campana de su parroquia en la ciudad de Dolores, en el estado de Guanajuato, en el territorio que inauguraba el camino para dejar de ser la Nueva España.

La gente guardó silencio para dejar al embajador gritar los vítores. Después de que dijera: «Viva los héroes que nos dieron patria», de modo inmediato, con fuerza y decisión grité: «¡Viva México!», casi asustando a los niños, quienes voltearon a verme sorprendidos. No fue tanto el tono sonoro de mi voz, sino que vieron a su madre transformar su tradicional personalidad apacible a una inusualmente apasionada. Yo simplemente les sonreí y dije: «Díganlo ustedes también».

Ahora, tres años después de estar fuera del país, me parece interesante la manera en que ellos se van relacionando con México. Mi hijo acaba de entrar a preprimaria, desde el año pasado le comenzaron a enseñar a leer. El otro día vio una x y dijo: “Mira ma, la letra de México”. Luego me percaté de que es de los pocos nombres propios, más allá de su nombre y el de su hermana, que distingue a simple vista. Por su parte, mi hija ha mostrado un ojo magnífico para identificar la palabra México en cualquier rincón de Hong Kong, como si estuviera cazando Pokemones. Fue ella quien me hizo notar la playera con el logo de las olimpiadas del 68 en un aparador, los zapatos tenis de diseño vintage con el nombre del país en otro, el escalón de México 68 en el puente peatonal de Pennington St, la etiqueta adentro de nuestro refrigerador de “Hecho en México”, y que las siglas MX del restaurante Maxims son la terminación de los dominios mexicanos de internet.

Quizá ninguno de ellos haga honores a la bandera como lo hacían cursando la escuela en México, quizá no pasemos por una tortillería de regreso a casa, ni se vayan comiendo tortillas con sal en el camino, quizá no hablen español con sus amigos, pero identifican de manera especial a nuestro país. Espero que, aunque estando estos años en el extranjero, mi hija y mi hijo se sientan contentos de portar los colores de México este o cualquier otro 15 de septiembre, y que, cada año, celebren el cumpleaños de nuestro país independiente gritando «¡Viva México!» estén donde estén.Ø

Hong Kong, septiembre de 2017.

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