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Desde ojos ajenos, es fácil mirar la vida en el extranjero con romanticismo. Cuando voy a México, no son pocas las personas con quienes converso que piensan que afuera el cielo es más azul, las calles tienen menos tráfico, la gente es más amable, la cotidianidad se vive sin complicaciones, y no se es susceptible a las gripas o las diarreas. Más aún cuando escuchan la palabra diplomático, como si el pasaporte con este adjetivo diera acceso ilimitado a mimosas por las mañanas, chocolates Ferrero Rocher por las tardes, y copas de vino por las noches. Cuando una persona (hombre o mujer) decide poner su profesión en segundo plano para apoyar a su pareja, ya sea en un país de habla hispana o en China, lo hace en función de las mismas prioridades y enfrenta muchos de los mismos retos. Las prioridades son comprensibles para la mayoría de la gente, aunque no necesariamente valoradas. Los retos, en cambio, son fáciles de pasar por alto, minimizar, o incluso de querer plantearlos como ventajas. Quizá el mayor desafío es precisamente ese: luchar contra la invisibilidad del trabajo, mérito y costo asociado de hacerse cargo de la funcionalidad de una casa, velar por la salud de los hijos o hijas (si los hay), girar en torno al horario de una pareja, no recibir reconocimiento profesional. Si además se está en una ciudad nueva, con una cultura distinta, a más de veinte horas de vuelo de los seres queridos, y a catorce horas de uso horario, la carga emocional lleva peso extra. En el país de origen son la familia y los amigos quienes dan las palabras de aliento, el consejo, la visita, la recomendación, la ayuda directa cuando una está enferma, o la pareja está de viaje. Apoyan cuando no podemos pasar por la niña a la escuela, o el niño necesita un dentista de emergencia, o se busca una ocupación fuera de casa o un trabajo. Pero cuando se llega a vivir a una tierra exótica sin conocer a nadie y muchas veces sin hablar el idioma del lugar, ¿de dónde se saca esa infraestructura de soporte?
En Hong Kong, para muchas mujeres eso ha sido la Asociación de Mujeres de Habla Hispana: una red de manos unidas para ayudar a aterrizar delicadamente a cualquiera que habla español. En los casi tres años que viví en esta ciudad no fui presencialmente muy activa en los eventos de la Asociación; preferí escribir desde casa para Nosotras, la revista mensual. Sé que la aportación de mis artículos ha sido mínima en comparación con la de las socias que trabajan activa y constantemente visitando las prisiones o el asilo, organizando caminatas, el Dragon Boat, el taller literario y demás eventos de la agenda. Pero he aprendido que cualquier aportación es útil, porque la suma de éstas es lo que hace una diferencia.
En las reuniones que organizan, la forma más común de entablar conversación por primera vez entre las socias es preguntar desde cuándo y por qué se han acercado a la AMHH. La gran mayoría me ha contado la historia de cómo otra socia le tendió la mano sin haberla visto antes pero simplemente por hablar español. «¿Conoces a …? Si no hubiera sido por ella no hubiera…», «Una mujer lindísima. Me ayudó sin saber nada de mí», son frases que escuché recurrentemente. Dice mucho de un grupo cuando sus miembros comienzan una relación con buena voluntad, desinterés y generosidad.
En mi caso, quisiera agradecerle a Laura de la Cruz por haberme llamado en otoño del 2016 para invitarme a formar parte de la AMHH y participar en el almuerzo de México y el Caribe. Su llamada al celular entró mientras iba caminando por Caine Road, tratando de conocer la ciudad a la que me acababa de mudar y antes de colgar me dijo: «Si necesitas cualquier cosa, no dudes en decirme, estamos para ayudarnos». Fue en ese almuerzo (y más adelante en otros de los eventos) en donde conocí a varias de quienes han sido mis amigas más cercanas en Hong Kong, y con quienes he compartido desde risas y alegrías, preocupaciones y nostalgias, hasta brindis y pistas de baile. Dos años y medio después, es Andrea Rojas quien me da una cálida despedida y así pienso también en otra de las características que define a la Asociación: algunas socias llegarán, otras se irán, pero siempre habrá alguien ofreciendo una mano.
Me siento muy afortunada de haber sido parte de esta comunidad latina. Me voy dejando pequeñas memorias de mis meses en Hong Kong en forma de artículos, quizá alguna de ellas encuentre en mis palabras algún vínculo, alguna relación, algún interés que las lleve a sentirse menos lejos, a disfrutar más su estancia en este lado del mundo.
Tomo el avión con mucha ilusión de vivir, reconocer y volver a explorar mi país y mi ciudad. Sepan que si van a la Ciudad de México siempre tendrán una amiga a quién contactar, porque aquí o allá, estamos para ayudarnos.Ø
Hong Kong, febrero de 2019.
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